miércoles, 22 de diciembre de 2010

Navidad, triste Navidad.

Navidad, dulce Navidad, suele decirse y cantarse por estas fechas tan cercanas al 25 de diciembre, ese día en el que celebramos el viejo rito pagano del Sol Invictus. No hay motivos para tirarse de los pelos por ello. Esta fiesta y todo su simbolismo, de un nuevo renacer, la aureora solar sobre la cabeza del recién nacido, la Virgen, la cueva y este tipo de cosillas, hace milenios que se celebra y exceptuando los nombres de los personajes, poco ha cambiado el argumento.

Para los que sean muy católicos y apostólicos, no se ofendan, pero los romanos jamás harían un censo de población en pleno invierno, que en Palestina también nieva por estas fechas. Y por estas fechas, tan gélidas, incluso en Palestina, tampoco estarían los pastorcillos por los campos con las ovejas. Estos simples datos, de los que muchos no se han dado cuenta hasta tragarse varias temporadas de CSI Miami y CSI las Vegas, son sabidos por los teólogos desde hace más de un siglo.

La realidad nunca es lo que parece. Quizás para eso se inventó la ropa, para esconder las miserias del cuerpo, o las tentaciones de la carne, o la repulsión de lo que no debe ser mostrado. En nuestra realidad, nuestros endeudados ayuntamientos, mal pagadores, incluso con 18 mese de demora, nos han adornado las calles, mejor o peor, con luces, arbolitos y altavoces donde resuenan cánticos y melodías navideñas. Se supone que debemos estar felices, radiantes y cantarines. Las tiendas se han puesto, pese a todo, de lujo, o eso parece, y la gente pasea por las calles con sus mejores galas ocultando su realidad. El que tiene dinero, quizás prefiere no parecer ostentoso, que la envidia y la necesidad ajenas son un peligro. El que no tiene ni para comer, prefiere ocultarlo y mostrarse digno mientras sueña con un golpe de suerte, o con algo que le ayude a evadirse de toda su miseria, o como mínimo, a disimularla lo mejor posible. El que consigue ir capeando la crisis, mira los escaparates y también sueña con tiempos mejores, unos en los que pueda darse un buen capricho.

Sea como sea, los que lo pasan mal, por contraste, notarán durante estos días que realmente lo están pasando muy mal. No hay demasiada alegría, ni demasiados motivos para la alegría. Quizás nuestros ayuntamientos, queridísimos ayuntamientos, tan dados a colocar lucecitas, altavoces, hilos musicales con cantos navideños y festejos varios, deberían haber pensado en invertir lo que se han gastado en oropeles, en comedores populares para que aquellos que no saben que diablos comerán estos días de fiestas, sepan que tienen algo digno que llevarse a la boca.

Pero ya dije que la realidad nunca es lo que parece. Las ciudades seguirán vestidas con su indiferencia, tapando sus miserias. Y nosotros, también, cada día nos vestiremos para continuar tapando nuestra realidad al resto de la gente, vestida, con la que nos cruzamos por la calle.

1 comentario:

  1. La crisis ha disparado la solidaridad. Hay más voluntarios y ayuda que nunca, y doy fe de ello, que llevo colaborando como voluntaria en Cáritas desde hace cuatro años.
    La Navidad tenía que ser todos los días. En estas fechas vemos como muchos preguntan por la situación, pero esta solidaridad tiene que existir los 365 días del año. No vale de nada dar un apoyo porque estamos en Navidad y, después, durante el resto del año no acordarse para nada de los que no tienen nada, de aquellos que lo han perdido todo.
    Hasta la esperanza.

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