Las constituciones son esos textos casi esotéricos, fáciles de leer, pero esotéricos, es por no definirlos como un puro cuento chino, según los cuales los ciudadanos tiene capacidad de decisión, son dueños de su propio destino y tienen derechos como son el del trabajo, el de la libertad de expresión, el de un sueldo justo, digno y remunerado, el de la educación, el de la información veráz, incluso tienen derecho a votar a los sujetos que van a convertir todos estos derechos en papel mojado, inservible y como mucho, digno de ser aprovechado para hacer un asiento y combatir las almorranas.
De todo el texto libertario constitucional, lo único que la oligarquía política al servicio de los banqueros, las multinacionales, el mercado y los cuatro hijos de puta que controlan el mundo, van a respetar, es la cuestión de las obligaciones.
Pero así con todo, estos cuentos chinos constitucionales son una amenaza. Son una amenaza porque pase a estar diluidos entre un sin fin de acuerdos internacionales, también en dejaciones de soberanía a favor de entramados supranacionales, como nuestra fastástica e incriticable Unión Europea fascista y antidemocrática, pero valedora de la democracia y las libertades, los textos de los derechos individuales están ahí, la gente los pueda leer porque son textos cortos, son incomodos.
En España, nuestros queridos masones de la secta del PSOE, con el coro silencioso del resto de la trama masónica politica, que para algo todos adoran al mismos Dios: al dinero, y también al que está tras el dinero: al diablo, pues hace algún tiempo que acordaron finiquitar la Constitución Española. La manera fue doble: por un lado la Unión Europea y el euro, y por el otro los Estatutos de Autonomía, todos muy parecidos y con las mismas chorradas.
¿Y cuales son esas chorradas?
Las chorradas que se santifican en estos textos descomunales que nadie se molesta en leer, como el Estatuto de Cataluña, que es el que más chorradas posee, es la supremacía de los territorios, unos territorios convertidos en supuestos entes con alma, sentimientos, corazón, idioma, costumbres, símbolos y ademanes, territorios sobre cuales deben encajar perfectamente los individuos, mimetizandose con el paisaje. Los ciudadanos no existen como individualidad, la gente es una parte del paisaje de ese territorio que es considerado como algo vivo, imperecedero, inmutable y de características divinas.
Esto parece una tontería, puro romanticismo trasnochado, pero no lo es.
Normalmente los ciudadanos son libres de pensar, sentir, amar, creer y decir lo que deseen. A estos ciudadanos sólo se les pide que respeten la leyes y las opiniones del resto de ciudadanos. Este respeto se enmarca en un entramado jurídico con sus pros y sus contras, en teoría es como un compromiso mútuo.
En los Estatutos los territorios se cargan todo esto y establecen lo que tiene que sentir, pensar, amar, creer y decir un buen ciudadano. La esencia espiritual del territorio es la que forjará la identidad del ciudadano. Y para que eso sea así se le educará en este sentido, se le castigará si se desvía, por ejemplo, no hablando el idioma propio del territorio, también se le multará si pone en entredicho las esencias espirituales de dicho territorio y llegado el caso, pues que se atenga a las consecuencias. En definitiva: la oligarquía política local se encargará de moldear aquello que la chusma de sus territorios debe sentir, pensar, hablar y estar dispuesta a considerar como suyo, como su identidad personal, una identidad inalterable y que se ha de transmitir por los siglos de los siglos, amen.
Cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de que esto es simplemente totalitarismo, un lavado de cerebro y fascismo pero del más rancio y duro. Lo que ocurre es que en los territorios españoles la gente suele tener medio dedo de frente y así nos luce el pelo.
La desinformación de los medios de desinformación de masas rema en la dirección que le dicta la cúpula masónica, y esta dirección está en la de cargarse la Constitución Española. Y es que en España ya sabemos que la oligarquía política siempre ha estado más por el garrote, el engaño contumaz y el hacer lo que le salga de las narices que por respetar los derechos individuales de nadie.
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