En los Estados Unidos todo es criticable. Puede usted criticar la teoría de Darwin, a fin de cuentas es una simple teoría; puede usted adorar al diablo, ahí tenemos a la familia Bush; puede usted dar donativos para el IRA; también puede defender el descuartizamiento de España, total, es lo lógico tras la ayudita estadounidense a los separatistas de Cuba y Filipinas; puede usted incluso defender que se queme la bandera de los EE.UU, pero hay cosas intocables. Israel, ni se toca.
Helen Thomas, una anciana periodista norteamericana de 87 años, bien conservada, algunos dicen que en alcohol, literalmente en alcohol, decana de los corresponsales de la Casa Blanca, cometió el error y echó por la borda, su no se sabe si prometedora pero sí que consolidada carrera. Su pecado fue meterse con Israel, con los judíos, a los que aconsejó dejar ya de una vez Palestina y marcharse a su casa: Alemania y Polonia.
Acusada de antisemita, de nada han valido sus aclaraciones. Helen Thomas ya es historia del periodismo. Puede que ya antes de esto fuera historia, pero ahora es una historia sin trabajo. Y es que la libertad de expresión tiene sus límites. Y limita con Israel.
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